Un
profesor universitario de existencia gris descubre una noche que
existe otro hombre físicamente idéntico a él. El fantasma
contemporáneo de la crisis identitaria encuentra a partir de este
punto de partida un nuevo y personal acercamiento en Enemy,
quinta película de Dennis Villeneuve. Es curioso observar que ya en
el título del film, menos descriptivo y más ambiguo que el de la
novela en que se basa (El
hombre duplicado), el
autor plantea ya algunas de las preguntas que propone a lo largo del
metraje. ¿Quién es ese enemigo del que nos habla el título? ¿Acaso
lo es el doble de nuestro protagonista? ¿Y no es ese doble,
precisamente, una escisión de él mismo?
En
el 1997, David Lynch ideó el fracasado personaje de Fred Madison,
incapaz de complacer a su mujer, y lo contrapuso con el joven
mecánico que vivía un apasionado romance con una femme
fatal de idéntico
rostro, para finalmente descubrirnos que ambos eran una cara de la
misma moneda. De la misma manera, los protagonistas de Enemy
son enemigos y a la vez la misma persona, siendo cada uno de ellos el
cuerpo en que se exorcizan los deseos infranqueables y las
frustraciones del otro. En este sentido, la figura de la mujer, al
ser extensión amorosa y vital de ambos personajes, adquiere
igualmente una importancia simbólica esencial. Partiendo de la idea
lynchiana de la rubia como figura fantasmal y la morena como signo
inequívoco de vida, Villevenue lleva a cabo en Enemy
una interesante reformulación de tal concepción. Así pues, las
mujeres de ambos protagonistas, rubias y etéreas, pasan a
convertirse en objetos fantasmales en tanto que figuras de la
frustración sexual (a las que se ven incapaces de amar y
satisfacer). La mujer morena, por su lado, en vez de ser un personaje
de salvación amorosa se transfigura en la terrorífica imagen de la
araña: metáfora última del deseo y de la tentación más oscura,
así como de la muerte misma. Villenueve nos introduce pues en una
nueva dimensión desoladora sobre la imposibilidad de la felicidad en
las relaciones sentimentales: pues cuando la mujer es real no puede
ser amada, y cuando es deseada no puede ser real.
El
director canadiense bucea en los deseos y frustraciones de la
identidad en crisis través de esas dos figuras contrapuestas que son
el profesor universitario y el actor de poca monta (profesión del
desdoblamiento identitario por excelencia). Pero alejado del estilo
fantástico de su referente, el director canadiense nos instala en su
personal atmósfera gélida realista salpicada por constantes
elementos oníricos. Así, crea un clima de contenido malestar,
alimentado por los tonos sepia de una ciudad fantasmal, por la música
escasamente melódica y por unos primeros planos angustiosos que se
acercan al protagonista y lo aíslan del mundo que lo rodea.
Como
los personajes kafkianos de El
castillo y El
proceso, los dos
protagonistas de Enemy
se encuentran atrapados en un mundo paradójico que sin embargo, se
aleja del más allá fantástico de Lynch para adquirir las formas de
una fría metrópolis contemporánea. Así, como ocurría con los
viajes en el tiempo de los científicos de Primer,
el recorrido vital de los protagonistas de Enemy
tiene tanto de existencialista como de suicida, y en su gélido e
inquietante caos se refleja la extraña, tristísima e inevitable
tragedia del ser humano.
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