lunes, 24 de marzo de 2014

Le week-end. El viaje como final

El viaje ha sido a lo largo de la historia del cine uno de los grandes recursos de sublimación de la vida en pareja. El reencuentro entre dos cónyuges separados por los quehaceres de la vida cotidiana conllevaba la necesidad de enfrentarse a una crisis hasta el momento latente. Es el caso de esa trágica noche en el hotel que Jessie y Celine se ven obligados a pasar en Antes del anochecer, símbolo de un romanticismo caduco. O del viaje del matrimonio inglés a tierras italianas donde Rossellini enfrentaba a sus protagonistas con las ruinas (reales y metafóricas) de su amor convaleciente.
Pero no es sobre el fin del amor sobre lo que versa la última obra de Roger Michell sino sobre las extrañas formas en que este muta con el paso del tiempo. Lo más sorprendente en el retrato que Le week-end hace de ese viaje de una pareja a punto de adentrarse en la tercera edad es la absoluta sinceridad con que se tratan ambos personajes entre ellos. Una sinceridad que nos acerca y a la vez nos aleja de su tragedia, pues a pesar de los constantes ataques que sufren el uno por parte del otro, es la absoluta verbalización de los mismos los que imposibilitan de algún modo su crisis: pues esta nace, como en los casos citados de Antes del anochecer y Viaggio in Italia, de los rencores guardados en el silencio. Así pues Le week-end sería algo así como una película sobre la crisis de la crisis de pareja, y nos transmite que en definitiva lo único que queda es, como en Venus, aceptar y reírse de la propia ridiculez.

A pesar que por momentos parece que el film no aporta nada nuevo a esta especie de subgénero tragicómico de los viajes conyugales, y aunque su guión en ocasiones parezca haber perdido el norte (esa fiesta inesperada), Le week-end contiene en el fondo una segunda lectura que va mucho más allá de la aparente ligereza del conjunto. El hecho es que la película de Michell no muestra todas sus cartas desde el principio. Lo que en un primer momento se presentaba como un retrato cómico sobre el (des)amor, acaba por subvertir las bases de ese mismo tipo de films para desvelarnos que el viaje de esos personajes que bailan su desventura (con guiño cinematográfico incluido) tiene lo mismo de suicida que aquel que hizo Nicholas Cage hacia Las Vegas.  

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